Claudio Furnier: “El docente tiene una gran capacidad para reírse de sí mismo”
Por Judith Gociol

Claudio Furnier, profesor de Lengua y Literatura, es, además, uno de
los más reconocidos dibujantes humorísticos de Córdoba. Es el autor de
las tiras “Charly Huesos” y “El Parque de la vida”; de los chistes
semanales que publica en
Humor con voz, suplemento del diario
La voz del Interior; y, entre otros trabajos, de dos compilaciones de Yammal editora que tienen un título sugestivo:
El cole es una joda.
A lo largo de su recorrido, observó que sus principales lectores no son
los chicos ni los adolescentes, sino sus propios colegas, los docentes.
“Quizá porque tiene buena madera para bancarse los golpes, el docente
en general tiene una gran capacidad para reírse de sí mismo”, opina
De cara al pizarrón, Claudio Furnier dibuja a un estudiante de
aspecto algo parecido a su personaje de historietas Charly Huesos: un
eterno adolescente, entregado a la fiaca y algo falto de
responsabilidad. De cada una de las partes del cuerpo le salen flechas
que se unen a conceptos como “capacidad de transmitir información”
“capacidad de elaborar”, “escucha” o “participación”. Cada año,
estudiantes y docentes del Instituto San Buenaventura, de Córdoba,
tienen que acordar un contrato pedagógico que establezca el marco de
trabajo en la institución y a Furnier –profesor de Lengua y Literatura
del colegio– se le ocurrió que el dibujo podía ser una buena
herramienta.
– Me hicieron una entrevista– cuenta, en tanto, una alumna
– ¿Qué? ¿De la revista
Caras?– pregunta otra
– Sí, de la revista
Cara…rota– retruca el maestro
– Ja! es chistoso el profe– acota, levemente ofendida, la estudiante
Y efectivamente es así. Furnier, profesor de Lengua y Literatura en
escuelas secundarias públicas y privadas, es –además- uno de los más
reconocidos dibujantes humorísticos de Córdoba. Es el autor de las tiras
“Charly Huesos” y “El Parque de la vida”; de los chistes semanales que
publica en
Humor con voz, suplemento del diario
La voz del Interior;
de las tarjetas de salutación de la empresa Junot; de los cuadritos que
la editorial cordobesa Comunicarte incluye en sus manuales de historia,
lengua y tecnología y de dos compilaciones de Yammal editora que tienen
un título sugestivo:
El cole es una joda.
– ¿Por qué tomaste a la escuela como tema para el humor?
– Siempre quise usar el humor relacionándolo con la escuela. La
primera forma, la más directa, es la de hacer chistes con situaciones
del aula y de la institución; la otra, más esporádica, es la de utilizar
el humor gráfico para representar algún tema; recurro al dibujo en
clase cuando me sirve para conceptualizar alguna cuestión. Yo tenía idea
de que mis chistes podían interesarle a los chicos y a los adolescentes
pero, sin embargo, los principales lectores de mis trabajos son los
docentes. Me dicen que se nota que están hechos desde la mirada del
maestro y algo de eso debe haber porque se trata de tomar muchas de las
situaciones que vivimos al dar clase, tarea que por supuesto tiene
muchas cosas gratificantes, pero como el humor tiene siempre como foco
la crítica, los cuadritos están centrados más bien en las debilidades
del docente, en la situación áulica, en las condiciones económicas o en
las políticas educativas. Y, obviamente, en todo esto hay mucho de
autobiográfico.
– ¿Qué reacciones provocan tus chistes?
– No sé si es porque el docente está acostumbrado a que le peguen,
pero en general tiene una gran capacidad para reírse de sí mismo. No es
susceptible, tiene buena madera para bancarse los golpes. Hace un tiempo
empecé a publicar una serie que se llamó “Tipología docente” en el
suplemento de humor del diario
La voz del interior y ahí aparecían distintos perfiles del maestro, según mi mirada: la nueva, el
fashion,
el demagogo… Obviamente eran tipos caricaturizados y, por ende, algo
estereotipados y desequilibrados pero gustó, porque luego vi algunas
copias colgadas en varias salas de profes de distintas escuelas… Pero,
lamentablemente, en el diario lo entendieron como una ofensa y con el
argumento de resguardar la figura del docente –que ya de por sí está
bastante vapuleada– no me dejaron seguir publicándola, cuando los
docentes en realidad se morían de risa. Se divertían porque, claro,
nadie se hacía cargo de que era ése, (risas) siempre era el otro, y
segundo porque captaron el mecanismo del humor que consiste justamente
en exagerar los rasgos y también en hacer catarsis. Seguramente yo mismo
aparecía ridiculizado en algunos de los aspectos de esas tipologías.
Hubo una sola carta de queja, de alguien que no entendió el mecanismo
del humor y leyó el chiste literalmente, y ese fue el disparador para la
censura.
– De todas formas, los cuadritos no aluden sólo a los docentes sino también a los alumnos, a los padres…
– Sí, es verdad, está repartido, hay un poco para todos los gustos…
Es que hoy el docente aparece metido en la familia más que nunca. La
escuela ya no parece sólo una sucursal de la casa, sino que muchos
padres depositan en el docente directamente la crianza de sus hijos, la
delegan, así que, a falta de una estructura familiar que los contenga,
ese lugar lo cumple la escuela. Cuando hay un chico problemático y vos
citás a los padres, generalmente te quedás con el chico, porque con los
adultos el cuadro es todavía peor.
– Otro de los temas que aparece en tus trabajos es la violencia en el ámbito escolar…
– Es que es un tema que cruza la escuela. Hace poco se suspendieron
las clases en una escuela de aquí, de Córdoba, porque dos bandas en
narcos se agarraron a los tiros y en ellas participaban adolescentes,
alumnos de esa escuela. El colegio se cerró porque todos corrían riesgo.
La violencia en la escuela es una realidad y a veces el chiste sirve
para hacer catarsis, en algunos casos el humor no está tan exagerado.
Históricamente, el blanco era el docente, al que le pinchaban las ruedas
del auto, se lo rayaban… Ahora me parece que el maestro no es el blanco
de los ataques, lo más grave es el vínculo entre ellos. El adulto es
más bien ignorado por los alumnos, creo que nuestra mayor dificultad no
es la agresividad sino el no tener autoridad, no ser referentes de nada.
Quizás antes el docente era más autoritario, pero a la vez tenía un
cierto prestigio social, servía de modelo, guiaba
– ¿Y por qué ya no funciona como guía?
– Creo que hoy el docente está desbordado por la realidad. Estamos
viviendo una época de transición, frente a un cambio cultural muy
grande, que es el pasaje de una etapa enciclopedista a una multimedia,
superágil, fragmentaria… Es un momento también en el que es muy difícil
dar clase: la concentración, la capacidad de reflexionar y de
profundizar no son tan fácilmente compatibles con esta nueva cultura
audiovisual y fragmentaria. Frente a las nuevas tecnologías hoy ya no
tiene sentido ese saber que antes llamábamos “cultura general”… Y el
docente está desubicado en cuanto a qué contenidos dar y cómo darlos.
Hay escuelas y escuelas y hay docentes y docentes pero en los últimos
tiempos las materias han cambiado, en general, su enfoque hacia una
mayor amplitud. Quizás lo que le cuesta encontrar a la escuela es el
aspecto motivador. Y hay también materiales nuevos, que van en esa misma
dirección innovadora. Pero casi te diría que a veces extraño algún
libro de contenido tradicional, para tener algo de consulta, de
contenidos y de conceptos porque en general son ahora pura actividad,
con textos fragmentarios, que van atrás del zapping y de Internet. Un
chico de hoy tiene mucho conocimiento, sabe muchísimo, pero antes el
aprendizaje estaba más ordenado y más en contexto. Además, ahora el
maestro es un contenedor social y no siempre está preparado para la
envergadura de lo que esto supone.
– ¿Cómo influyó la tecnología en el lenguaje de los alumnos?
–Pasa un poco lo que pasa con el lenguaje oral. Ellos están todo el
día hablando de un modo muy distinto al que les pedimos en la escuela y,
sin embargo, cuando van a dar un examen oral es raro que mezclen el
vocabulario, no hablan como con sus amigos. Lo mismo pasa con ese
lenguaje tan particular y tan acotado que es del chat, por ejemplo,
ellos pueden usarlo pero también acomodarse a otros registros. Creo que
un alumno puede aprender varios registros perfectamente. Lo que sí noto
como una falencia sistemática es la falta del uso de la tilde. Quizás la
evolución del idioma haga que en algún momento la tilde caiga, pero por
ahora existe. Es cierto que el lenguaje es algo vivo y que hay una
tendencia del lenguaje a simplificarse, a hacerse cada vez más parecido a
lo oral. Yo muchas veces tomo la propuesta del escritor Gabriel García
Márquez de “jubilar la ortografía” como disparador para que los chicos
discutan. El purismo es una actitud que ya está perimida pero, más allá
de ello, es bueno conservar una serie de normas para unificar un poco y
permitir la comunicación, sobre todo en este contexto de globalización
–
¿Qué permiten expresar las palabras y qué el dibujo?
– Lo bueno que tiene el humor gráfico es su capacidad de síntesis, es
lo impresionante que tiene el dibujo como forma de comunicación. Y es
por lo que yo a veces lo utilizo en mis clases: la gráfica permite
visualizar los conceptos. El dibujo comunica mucho con poquito mientras
que la palabra te permite profundizar. Son dos herramientas que no
tienen porqué estar reñidas; hay momentos para cada una.
– ¿Cómo trabajas la palabra en clase?
– De muchas maneras. Practicar la síntesis es algo en que se insiste
mucho en la escuela porque se entiende que si un alumno es capaz de
sintetizar es porque supo sacar lo esencial y es cierto. Pero a mí me
gusta también hacer el ejercicio opuesto: que el alumno amplíe, por
escrito, porque eso les obliga a ampliar conceptos, a profundizar, a
utilizar vocabulario… El error más común es decir tres veces lo mismo
con distintas palabras. Es un ejercicio al que yo le puse un nombre:
chamuyo positivo. Lengua es una materia muy linda porque tiene mucho que
ver con los procesos del pensamiento y con la vida también. La
literatura te da pie para reflexionar sobre muchos temas: la idea que
uno tiene es que el alumno pueda pensar. Los alumnos se ríen cuando a
principio de año les digo: “el objetivo de este año va a ser que
piensen”. Pero ver que un alumno logra determinadas capacidades
críticas, que puede fundamentar lo que piensa, interpretar, simbolizar,
lograr abstracciones, está bueno porque desarrolla una capacidad que va
más allá de un tiempo verbal, así que yo no me centro tanto en los
contenidos como en esos procesos Leer abre la cabeza y la ficción es
prácticamente el eje de todo mi trabajo.
– ¿El dibujo tiene cabida en la escuela?
– Sí, mucho. Antes, la historieta era considerada un género menor y
se la subestimaba. Pero ahora es al revés, el docente entendió que es
una forma de abordaje y de llegada al chico, de manera muy didáctica y
atractiva y que no pierde profundidad por eso. Se usa mucho la
historieta en lengua, en historia y en otras materias. Yo la utilizo
para ejemplificar estilo directo e indirecto, el uso de pronombres, el
lenguaje coloquial…El humor gráfico y la historieta han entrado a la
escuela por la puerta grande.
– Fue la revista cordobesa Hortensia la que introdujo el lenguaje coloquial al humor gráfico…
– Que yo sepa
Hortensia fue el primer registro escrito del
lenguaje oral de Córdoba, cuando Alberto Cognigni, su director, empezó a
registrar el habla cordobesa: el “no si vua”, el ”Negro”… Expresiones
que quizás ahora ya no se usan tanto porque el humor se globalizó.
– ¿Existe hoy un humor característico de Córdoba?
–
Esa es la gran discusión actual. La pregunta es:
si uno le saca el lenguaje típico, ¿sigue siendo humor cordobés? Diría
que sí, que el humor cordobés tiene un mecanismo parecido al del apodo:
es una cargada que pega, pero con cariño. Para mí eso es muy cordobés,
burlarse pero con cariño, una cargada simpática, una picardía
aparentemente inocentona pero que pega… Una vez estaba dando clases, era
al principio del año y no conocía bien a los alumnos, en un momento
entra uno y otro le dice: “vení, Sugus, sentate conmigo”. Yo me di
vuelta para mirarlo y era tal cual el muñequito de los caramelos Sugus.
Hay, además, una complicidad, porque nadie se ofende.
– ¿Cómo viviste vos la experiencia de participar en una revista emblemática como Hortensia?
–
Hortensia se publicó entre 1971 y 1983; yo llegué a lo
último de la vida de la revista y de todas formas para mí fue como tocar
el cielo con las manos. Con José Angonoa, otro humorista cordobés,
entramos prácticamente para la misma época así que nos apoyábamos mucho
porque éramos los nuevitos. No alcancé a conocerlo a Alberto Cognigni,
su fundador, cuando yo entré la dirigía Roberto Di Palma, que fue como
un tío para nosotros. En
Hortensia pagaban y eso es bueno
porque al publicar y que te paguen el humor deja de ser un hobby.
Además, interactuar con el lector es lo que hace progresar al
dibujante, porque si no todo queda en un nivel muy amateur y muy para
uno mismo. De todas formas hoy hay diferentes salidas para el humorista
gráfico, los chicos tienen la perspectiva multimedia en la cabeza,
piensan el dibujo desde muchos más aspectos que la publicación en un
diario o una revista, como nosotros. Vienen ya adaptados al dinamismo
del mundo actual.
– ¿Qué historietas leen tus alumnos?
– Siempre hay un grupito que sigue el manga y el animé y alguien que
lee otro tipo de historietas, pero no es masiva como era antes; yo, de
hecho, me inicié en la lectura a través de la historieta. Quizás ahora
les gusta más a los profes que a los estudiantes. Tampoco hay una
producción de historietas actualmente muy fuerte y muy masiva. Ahora
estoy con ganas de darles como lectura
El Eternauta. Una vez también trabajé con un libro de Quino,
Gente en su sitio, por ahí algunas cosas que no entendían del todo, pero el libro los dejaba inquietos
– ¿Cómo fue tu experiencia escolar?
– Creo que agarré la última etapa de educación enciclopedista.
Entonces, por ejemplo, yo usaba un libro de lengua, en el que el 90 por
ciento del contenido era de gramática y luego tenía un anexo con cuentos
que nunca leímos, me acuerdo que a fin de año tiré todo el libro y me
guardé ese cuadernillo y lo leí por mi cuenta en el verano. Me cansé de
memorizar los nombres de reyes y dinastías europeas mientras que ahora
la historia se explica por procesos, por conceptos. Y los libros eran
puro datos y no había ni una imagen.
– ¿Tuviste clases de dibujo?
– Sí, y fue un desastre. Porque todo eran perspectivas, proporciones,
líneas rectas… Todo técnico y se destacaba más el prolijo que el
artista. Excepto una maestra de sexto y séptimo grado que tenía una
visión artística distinta, a la que le llevé una historieta y me dijo
que le diera para adelante. Ella me estimuló.
– ¿Cómo encontraste después tu estilo?
– Hice un camino autodidacta y hoy en día noto mis limitaciones por
no haber adquirido nociones básicas del diseño, del color que son útiles
porque complementan el trabajo. Es cierto que mi dibujo es fresco y
que finalmente encontré un estilo pero fuera de ese estilo me cuesta
mucho hacer otras cosas. Últimamente intenté dar un giro, unir un poco
lo que hacía con las tarjetas, con Charly Huesos en
El Parque de la vida y me parece que la cosa ahora va cerrando. Debe ser la edad (risas)